“Delirio Patriota o el monstruo chileno que vive muy dentro nuestro»

Fotografía de la obra "Delirio Patriota"

Una crítica de Matías Parra

 

Esta semana vi el último egreso de la Escuela TeatroPuerto. “Delirio Patriota”. Tremendo nombre que desde el minuto cero se hace carne. Todo comienza con una conocida canción de Los Jaivas, para luego realizar una radiografía delirante de los bailes folclóricos chilenos, de norte a sur, incluyendo Rapa Nui.

Chile, su territorio y sus conquistas.

Este alegre momento rápidamente queda atrás para enfrentarnos cara a cara con sus protagonistas. Un puñado de altos mandos de la milicia en una especie de día de campo. Porque hasta los monstruos disfrutan de la naturaleza, de las churrascas y de una guitarra.

Vemos, entonces, el rostro del fascismo encarnado en los cuerpos de los jóvenes artistas. Así, a través de diferentes dispositivos, se emplaza al público a tomar decisiones. La primera: levantarse para entonar el himno de La Serena. Yo, como soy vivo, advertí el juego y decidí no pararme. “No soy ná facho yo” pensé mientras trataba de asomarme para ver entre un montón de cuerpos erguidos. Al salir de la obra, M soltó la siguiente frase: “El que más aplaude es el más patriota”. Cuanta verdad había en ello.

Lo que me lleva a la segunda decisión del público. Una de las actrices, A, interpreta una cueca. El público, naturalmente, comienza a aplaudir. Yo, tras pensarlo un segundo, decidí aplaudir.

Por la cueca, quizás.

Por los intérpretes, quizás.

Pero aplaudí. Lo que me lleva al meollo del asunto. Después de tanto “Delirio Patriota” me asalta la duda por la chilenidad. Por el rechazo a la chilenidad. Como si disfrutar de la cueca me acercara a los fascistas, pensé. Y cuando hablo de chilenidad no hablo de fusiles, escudos o himnos, pienso en algo más profundo y atávico. Pienso que el fascismo nos arrebató tanto, tanto. Nos arrebató la cultura popular, sus signos y sus resistencias. Agarró al huaso, lo higienizó, le puso traje y lo llevó al salón.

Al igual que a todos, el fascismo me respira en la nuca. Sin embargo, no creo que el rechazo a la chilenidad sea una estrategia política viable.

Me pregunto, entonces, por la patria. Como dice una película argentina: “La patria es un invento. Uno se siente parte de muy poca gente. Tu país son tus amigos, y eso sí se extraña”. Quizás así sea. Lo que sí es cierto, en lo que sí creo, de lo que sí me siento parte es de la cultura popular de este triste y olvidado pedazo de tierra. Me siento parte de la música chilena (no por nada la obra parte con Los Jaivas), de la literatura y del teatro chileno. De la hermosa y monstruosa manera de hablar que tenemos los chilenos. Me siento parte de sueños y horrores colectivos. Me siento parte de una piel compartida.

“Yo no soy chilena, soy antofagastina”, me dijo M cuando le pregunté por la patria. Gabriela Mistral, una regionalista, hablaba de la patria chiquita cuando pensaba en su Elqui natal. En su geografía. En el tipo de ser humano que habitaba esa geografía.

La obra finaliza con la pregunta sobre el fascismo.

Cómo enfrentarlo, resistirlo, combatirlo.

Yo me pregunto por el territorio. El territorio nacional. El territorio impuesto. El territorio conquistado. Pero también pienso en el territorio personal, que aún vive, lejos, perdido en los rincones de la infancia. 

Pienso en lo violento de ver niños vestidos de militares para el día de las glorias navales. Pero pienso en la belleza también, pienso en la cumbia chilena, pienso en la Pampilla y en la gente de esta tierra siendo felices con su fiesta, nuestra fiesta. Pienso que en una época hiperglobalizada es peligroso perder nuestra identidad y nuestras raíces. Porque es lo más fácil también. Ser solo consumidores sin identidad.

Y aunque duela y aunque de vergüenza, “Delirio Patriota” me hizo enfrentar y aceptar la chilenidad. Porque es enfrentar la herida abierta. Y solo por ahí puede entrar la luz.